Por Damián Quevedo
En poco tiempo, luego de agotada la política del
“quédate en casa”, a través de la cual Alberto ganó cierto margen de maniobra -gracias
a la desmovilización impuesta con el encierro masivo- el gobierno viene dando
tumbo tras tumbo sin ninguna perspectiva de recomposición.
El primer golpe duro fue la derrota en las
legislativas, ya que, a partir de esta, el Frente de Todos comenzó a
fragmentarse, dando lugar a variados reagrupamientos, aunque todos ellos están
unidos alrededor de una misma preocupación, que es la de intentar reacomodarse para
las próximas elecciones.
El kirchnerismo, después de fracasar con su intento de
controlar el Poder Judicial -y a pesar de que Cristina Fernández pudo salir
impune en algunas de las tantas causas que tiene en su haber- continuó
descargando su artillería contra el Poder Ejecutivo, de manera de distanciarse
de lo que es una estrepitosa debacle política y económica.
La salida de Kulfas significó un triunfo para
Cristina, que ella no capitalizará, porque, por más que trate de desentenderse
de los problemas del gobierno, las encuestas no la muestran mejor posicionada que
Alberto. ¡Evidentemente, la táctica del “despegue”, no le está dando ningún resultado
positivo!
Kulfas era uno de los dos “albertistas” con cierto
poder que quedaban en el manejo del Estado, lo que quiere decir que su caída en
desgracia golpea, de forma directa, al ministro de economía Martín Guzmán, que es,
hoy por hoy, el blanco predilecto para los ataques del kirchnerismo.
Lo que viene para Guzmán no
es sencillo. La vicepresidenta no lo quiere desde el minuto uno y él, hasta
ahora al menos, viene aguantando los trapos de cada embestida mostrando
gestión, pero en terrenos muy diferentes al partido que está jugando ahora. En
el frente internacional cerró con los bonistas (en plena pandemia), con el FMI
y logró patear para el próximo
gobierno los vencimientos con el Club de París[1].
Ahora, para guarecerse en medio de la tormenta que
amenaza con hundir al barco que conduce, el ministro de economía buscará el apoyo
de las patronales más fuertes: Guzmán
tendrá un acercamiento con el círculo rojo profundo y cerrará la jornada por
los 20 años de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), que abrirá Alberto
Fernández con un mensaje grabado[2].
Pero, los capitalistas locales no se deciden a apoyar
a ninguna de las fracciones políticas en pugna, oficialistas u opositoras. Saben
que todas las alianzas y partidos patronales están siendo embestidas por el
mismo temporal, una crisis que los excede y que corroe los cimientos del
régimen “representativo”, que todos pretenden conducir.
El ministro de economía tendrá que pasar la próxima revisión
trimestral del FMI con una burguesía, que, a pesar de que está ganando bastante
-debido a la reactivación post-pandemia y al aumento de las materias primas producido
por la guerra- no jugará prácticamente ninguna ficha a favor de su gestión.
Los capitalistas saben, que, a pesar del “viento de
cola” actual, la crisis seguirá erosionando los bolsillos de la mayoría de los
trabajadores, provocando, más temprano que tarde, la reacción combativa de las
bases. Por esa razón, asumen que este gobierno no tiene ni tendrá la autoridad
suficiente para contener o desviar las rebeliones que se aproximan.
Con olfato de clase, sus mentes más lúcidas se
preparan para enfrentar jornadas peores aún -para sus egoístas intereses- que
las que explotaron durante la crisis del 2001, con un gobierno que, meses
atrás, salió de una crisis política para entrar en otra, aún más grave que la
anterior.
Los análisis más superficiales, y pesimistas, de gran
parte de la izquierda, indican que la rebelión no explotó todavía, no por las
razones objetivas que la estarían motivando, sino debido a la “falta de
consciencia” de la clase trabajadora y el pueblo más pobre, que, por lo tanto,
estaría muy por detrás de los desafíos que plantean las actuales
circunstancias.
Sin embargo, la realidad, que siempre es más compleja
que cualquier análisis, muestra la existencia de una situación contradictoria,
en la que se combinan un avance fenomenal y muy rápido de la crisis en las
“alturas”, con un desarrollo, mucho más lento, pero firme, de las respuestas y
el avance de la consciencia de los y las de abajo.
Esto último se expresa en cada uno de los conflictos
obreros que están surgiendo, particularmente en el sector industrial, como la
huelga victoriosa de los metalúrgicos fueguinos, el paro y movilización de
Siderca y una infinidad de luchas, que pasan desapercibidas, no por su
importancia, sino debido a que están desarrollándose hacia dentro de las empresas,
motivadas por múltiples razones.
Estas batallas, van de la mano de otro proceso,
todavía más rico, que impulsa la “reorganización” político y sindical de la
nueva camada de activistas combativos. Esta vanguardia tiene dos
características fundamentales, es, en primer lugar, antiburocrática, porque
solo confía en la decisión del conjunto, en las asambleas.
Por otra parte, también descree de los políticos
tradicionales y mira con simpatía a la izquierda, lo que no quiere decir que la
vaya a apoyar o que, en el mejor de los casos, se disponga a ingresar a sus
organizaciones. Esta tendencia camina junto a otra, aparentemente distinta, que
es la de mirar con cierto cariño a aquellos líderes que se proclaman “anti
casta” como Milei, que, en sí mismo, no significa ningún “giro a la derecha”.
La izquierda que se propone conducir las próximas
rebeliones, debe jugarse a ganar a lo mejor de esta vanguardia, tratando de que
no caiga en manos del populismo reaccionario. Para eso debe aparecer con un
perfil que la identifique, rápida y efectivamente, como una opción dispuesta a cambiar
todo, una alternativa que apunte hacia el corazón de la institucionalidad capitalista.
La participación en las elecciones puede ser una buena
manera de impactar la consciencia de estos luchadores y luchadoras, porque,
como decía Lenin, más allá de las intenciones de los capitalistas, allí se
discute quien o quienes deben hacerse cargo del “poder”. Lo peor que puede
hacer la izquierda, es pecar de electoralista, apareciendo como parte del mismo
circo, que desde abajo se está empezando a cuestionar.
La manera más práctica de evitarlo es hablándoles con
claridad a la clase trabajadora y el pueblo pobre, diciéndoles que no les queda
otra que rebelarse y organizar una verdadera revolución que sirva para echarlos
a todos e imponer una salida real para la crisis, el gobierno obrero y popular,
que inicie el camino al Socialismo.
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